lunes, enero 10, 2005

Algo se me queda

Lunes, seis de la tarde. La lluvia, acompañada de un gélido viento que penetra hasta la médula, acompasa las tonadas turbulentas del Die Ire.

Es la víspera de un esperado viaje. Sol, aire fresco, brisa marina, un panorama prometedor y curiosamente contrario al ambiente lóbrego que cierra el día.

La maleta, dispuesta sobre una desordenada cama, reúne objetos, prendas y asuntos que remiten inmediatamente al trópico y que por su colorido y disposición al interior de esa enorme panza delimitada por un zipper, se presentan como un oasis cargado de luz y una tibia sensación de confort.

La maleta está completamente lista.
Repentinamente, en un espacio de silencio entre el segundo y tercer acto y la pausa intempestiva del viento y la lluvia, como un trueno se escucha el recorrido del zipper de un extremo a otro de esa enorme y abultada bolsa azul cargada de futuros. Bueno y de presentes y pasados.

Domingo, nueve de la mañana. Como un ritual pagano, con una carga de pragmatismo que encierra resquicios de una fe desheredada, recorre lenta y repetidamente una extensa lista impresa en una hoja que, de tanta manipulación ha perdido su textura y de solo verla se siente desvencijada.

Pantalones cortos ok
Sombrero ok
Camisas de algodón ok
Camisetas ok
Bloqueador solar ok
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Al parecer todo está en orden. Basta con empacar el cepillo de dientes, la pasta dental y una máquina para rasurarse. ¡¡¡ Bahhhh, que rasurarse ni que demonios. Si lo que quiero es descansar!!!

Tarde de libros. Pensando en algo edificante, decide empacar un buen libro. Mmmmm. Un buen libro. Si ya he leído todos los que tengo, incluso más de una ocasión.

Treinta minutos más tarde, entre estanterías, un libro azul con inscripciones doradas llama su atención. "Llévame contigo a donde quiera que vayas" logra leerse entre el resplandor que se genera por el destello de la luz que, coincidencialmente, cae justo sobre el lomo como si fuese una señal.

Ring, Ring. El teléfono suena. Son casi las nueve de la noche y es extraño pues, desde el 6 de febrero pasado, hace ya más de 2 meses, no recibe una llamada. La última fue la de su conserje para avisarle que debía dejar la ventana del balcón cerrada pues ese día vendrían a lavar la fachada del edificio.

Casualmente escucha una voz que le es familiar. Buenas noches señor, lamento llamarle a esta hora pero en buen momento he podido encontrarle. Era su conserje nuevamente. El día de mañana vendrán los de control de plagas a hacer una revisión general del edificio y necesitamos su ayuda para que les permita entrar a su apartamento. Ni modo. El asentimiento fue inmediato, aunque con un ligero tono de desagrado.

Martes, 5 de la mañana. El taxi espera a la entrada, mientras el conductor suena enérgicamente el claxon como si quisiera apurar el paso de este cliente matutino.

Entre pausas y prisas siente que algo falta. Regresa hasta la mesa en el centro de la sala y toma la lista sostenida por el libro para que le viento que ingresa por el balcón no la arroje al piso. Rápidamente verifica que todos y cada uno de los ítems listados en ella tienen un enorme y reteñido ok. La deja nuevamente en su sitio y parte.

Sala de espera. Seis treinta de la mañana. Último llamado para abordar. Una sensación de desasosiego sigue rondando su cabeza. En la portada de su boleto de avión se lee LAX-3328994.

Nueve de la mañana. El sol, resplandeciente después de una noche de lluvia, luce fulgurante al oriente e ingresa como cada mañana hasta el centro de la sala e ilumina la mesa donde un "Llévame contigo a donde quiera que vayas" logra leerse entre el resplandor que se genera por el destello de la luz que, coincidencialmente, cae justo sobre el lomo como si fuese una señal.

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